Una mañana de 1860, con el cielo pintado de promesas, Martín Quadri, un hombre con sueños más grandes que su equipaje, pisó tierra en el puerto de Buenos Aires. Desde Lugano, Suiza, traía consigo no solo pocas pertenencias, sino un oficio que estaba a punto de marcar el inicio de una saga familiar inolvidable. Instalador de terrazo, una técnica traída desde las entrañas de Italia, Martín estaba destinado a dejar su huella en una Buenos Aires de finales del siglo XIX, vibrante y en expansión.
Los inicios no fueron fáciles, pero Martín era un hombre de inquebrantable ética de trabajo y una pasión por la perfección. Pronto logró que sus obras destacaran por encima del resto. No tardó en reunir un equipo de ayudantes, entre ellos su hermano Luis, quien cruzó el océano para ser parte de esta aventura, convirtiéndose en su mano derecha y cómplice de sueños.
El Desafío del Crecimiento
Pero el destino siempre reserva desafíos. Martín se enfrentó al dilema del crecimiento: la calidad de su trabajo no se replicaba sin su supervisión directa. En un giro audaz, decidió reinventarse. Con la llegada del cemento a Buenos Aires, vislumbró una oportunidad única: crear un sistema de producción que le permitiera escalar sin sacrificar su adorado estándar de calidad.
De este modo, surgieron las primeras baldosas de terrazo, marcando el inicio de una era de innovación que no solo propulsaría el modesto emprendimiento de Martín hacia el éxito empresarial, sino que además consolidaría de manera indeleble el legado familiar. En un gesto de diferenciación y quizás como un tributo a la tradición y maestría de antiguos artesanos egipcios y romanos, Martín bautizó su creación como “mosaicos”. Esta elección, cargada de reverencia y misterio, podría ser interpretada como un homenaje a aquellos maestros del detalle y la composición, aunque la verdadera inspiración detrás de la denominación se desvanecería con el tiempo, envolviendo su legado en un aura de enigma. No obstante, el impacto de su innovación fue tan profundo y resonante, que en Argentina, la tradicional denominación "terrazo" cedió su lugar al término "mosaico", redefiniendo así la categoría de producto y redefiniendo la historia de la arquitectura y el diseño nacional.
Un Nuevo Comienzo: La Esperanza de Eugenio
Martín, ya realizado después de haber sembrado un legado de calidad y dedicación, volvió sus ojos hacia su tierra natal, Suiza. Dejaba atrás su empresa. Según la costumbre suiza, todo era heredado por el primogénito. Por tanto, la empresa, junto con todo su patrimonio, quedó en control de Martín Jr, su primer hijo.
Eugenio Pedro, fundador de nuestra empresa, fue el tercer hijo de Martín. Ya desde muy niño se lo veía primero jugar entre los mosaicos, y cuando tuvo edad suficiente comenzó a trabajar en la fábrica de su padre. Desde el comienzo mostró un gran espíritu emprendedor y habilidad para los negocios.
Cuando Martín padre decide volver a Europa, Eugenio continuó trabajando en la empresa bajo su hermano. Sin embargo, el status quo no duró mucho. Al poco tiempo, decidió forjar su propio destino. En 1906, con el apoyo de su tío Luis, fundó "La Esperanza". No era solo el nombre de su emprendimiento, de su propia fábrica; era un manifiesto, un desafío lanzado al futuro, una promesa de superación.
"La Esperanza" no fue construida de la noche a la mañana. Cada baldosa de terrazo era un paso hacia adelante, pero también un recordatorio de los desafíos que enfrentaba. Competir contra el legado de su propio padre, contra una empresa ya establecida y respetada, era una batalla cuesta arriba. Eugenio se encontraba en un punto crítico, donde el fracaso significaba mucho más que la pérdida de un negocio; era la pérdida de su herencia familiar, de su identidad.
Pero Eugenio no estaba destinado a vivir a la sombra de nadie. Con cada baldosa que producía, con cada obra que entregaba, "La Esperanza" comenzaba a brillar con luz propia. No solo igualó el éxito de la empresa de su padre y hermano, sino que lo superó, llevándolo a alturas inimaginables. La determinación de Eugenio, su compromiso con la calidad y su visión innovadora transformaron "La Esperanza" en un referente del terrazo, no solo en Buenos Aires, sino en toda Argentina.
La historia de los Quadri es una saga de reinventarse, de no temer al cambio y abrazar el futuro con determinación. Desde aquellos primeros pasos en el puerto de Buenos Aires hasta la modernización de su planta industrial en las décadas del '60 y '90, la familia Quadri ha sido un testimonio viviente de que la pasión, la calidad y la perseverancia son los pilares de un legado perdurable.
Hoy, después de más de 150 años, Quadri sigue siendo sinónimo de excelencia, un puente entre el arte ancestral del terrazo y la vanguardia de la arquitectura moderna. Más que una empresa, Quadri es un relato de familia, innovación y amor por el detalle; un relato que invita a soñar por una Argentina próspera. Tal como Hernan E Quadri, tercer presidente de la empresa supo decir "somos jóvenes desde 1861".